martes, 1 de julio de 2014

CAPITULO 36





Paula


Compadecerme de mí misma no está funcionando, ni fingiendo que mi pasado se irá. No lo hará. Incluso si me transfiero a una escuela en Alaska, y nadie me conoce, lo sabré. Y eso es lo que más odio. Odio vivir con el remordimiento,tener algo que nunca podré recuperar. Puede sonar extraño, pero estoy decepcionada de mí misma, y estoy cansada de vivir con ese sentimiento.


Tal vez eso es lo que este pequeño viaje por carretera proporcionará: la oportunidad de pensar, de alejarme de todo durante unos días, de dejar todo mi equipaje de mierda atrás. Cuando vuelva, no voy a ser la misma chica. 


Conoceré a mi madre, por ejemplo. Y voy a trabajar en perdonarme. Con cada kilómetro que conduzco, voy a dejar mi pasado detrás de mí. ¿Así que tomé algunas fotos sexy con mi novio? No dejaré que eso me posea. Ya no más. 


Mientras que otros chicos de la universidad se están preparando para una noche de diversión en viernes, yo me estoy preparando para un paseo en coche de doce horas a Denver. Voy a pasar la noche en algún lugar a través del estado masivamente grande de Nebraska. Esto me pondría en Denver mañana por la tarde, y mi mamá, o Alejandra como voy a llamarla, me ha pedido que vaya a almorzar. La idea de encontrarme con ella es abrumadora, sin mencionar visitar su casa y sentarme frente a ella durante el almuerzo. 


Puede que vomite antes de que conduzca los primeros kilómetros del viaje.


Noah y Catalina, al igual que mis padres, están dispuestos a acompañarme en mi aventura de viaje por carretera, pero les dije lo mismo. Esto es algo que tengo que hacer sola. Tal vez sólo para saber que soy lo suficientemente fuerte como para hacerle frente.


Es tarde, pero el sol se prepara para su hibernación nocturna. Los rayos del dorado sol que iluminan el cielo me recuerdan que pronto voy a estar conduciendo en la oscuridad y tengo que empezar a moverme. Engancho mi mochila más alto en mi hombro y sigo a través del campus a donde mi auto espera. Mi coche está justo donde lo dejé, pero es el chico de pie junto a la puerta del conductor el que me hace parar.


—¿Pe-Pedro? —Mi lengua tropieza con su nombre, tanto de sorpresa por verlo como de la prohibición que me he impuesto sobre pronunciar su nombre.


—Hola —replica con cuidado.


Está vestido de manera informal con vaqueros oscuros, una camiseta gris y mi favorita sudadera con capucha de color azul claro que me gustaba robar de vez en cuando. Verlo es físicamente doloroso. Es tan guapo, y me recuerda cuan
cómodamente encajamos juntos. Mi cuerpo se queda clavado en la acera, porque sé que si me muevo hacia él, mi cabeza descansará perfectamente en el hueco de su cuello, su camiseta olerá como a una mezcla de suavizante y colonia, y si sus brazos me rodearan, me sentiré segura.


Saco un suspiro tembloroso de mis pulmones. ¿Qué está haciendo aquí? 

Pedro da un paso más cerca. —¿Así que realmente estás haciendo esto? —Mis ojos deben revelar mi confusión, porque añade—: Hablé con Catalina.

Asiento. Maldita Catalina. Sé que han estado conversando acerca de mí en su clase de literatura compartida. Trato de no leer demasiado en ello. —Síp. Vive en Denver. Nos reuniremos mañana por la tarde para el almuerzo. —Eso explica cómo él sabía adónde iba, pero no qué está haciendo aquí con una bolsa de lona colgada sobre su hombro—. ¿Tú... necesitas algo? —No quiero que suene tan frío,clínico, sin embargo, así suena.


—Me gustaría ir contigo. Como lo hablamos. 

Frunzo el ceño. —Eso era antes. 

—Lo sé —añade rápidamente—. Pero soy el que te empujó hacia esto, y me parece justo que debería estar contigo cuando vayas. El hecho de... de lo que pasó... no significa que voy a faltar a mi palabra. Soy el guía de tu vida, y tengo la intención de ver este proyecto terminar. —Intenta una sonrisa, pero no me divierte. 

Me hace sentir como su proyecto. 

Camino junto a él, hacia el coche, abriendo la puerta para tirar mi mochila en el asiento trasero. —Está bien, Pedro. Estoy bien con ir sola. —No sé qué pasa con su extraño sentido de la responsabilidad hacia mí. Pero quiero un amigo... o tal vez un novio... no un guardián.


—Paula —Su voz es suave, y sus ojos están clavados en mí—. Me gustaría ir. He empacado. —Levanta la mochila que está llevando—. Déjame estar allí para ti.


¿Aún lo quiero en este viaje? Tengo visiones de mí misma moviéndome por la carretera, cantando junto a la radio, y dándome nerviosas palabras de aliento en la entrada antes de conocer a mi madre. ¿Quiero un público en lo que seguramente será un viaje emocional? Siempre me he imaginado haciéndolo sola. 

Pedro me mira con ojos esperanzados. No puedo dejar de notar que no ha dicho nada acerca de nosotros; sobre lo que significa que esté aquí. ¿Por qué está aquí en realidad? 

Respiro hondo y me doy cuenta de que lo quiero a mi lado, con su cómodo silencio cerca, para sostener su mano caliente si la necesito. Eso cambia todo. No sé qué va a pasar entre nosotros, pero no hay nadie más a quien prefiero tener conmigo.


—Está bien. Entra.


Sonríe. —¿Quieres que tome el primer turno de conducción? 

—No. Yo conduciré. —Voy a necesitar algo para concentrarme además de él. Subimos al coche y tan pronto como se cierran las puertas, el familiar olor me
envuelve. Esto en cuanto a la concentración.

CAPITULO 35




Pedro 


Aparto el teléfono de mi oreja ante la estridente carcajada. Es genial escuchar a mi mamá tan alegre, pero nadie necesita tal cantidad de información sobre la última novela con la que su club de lectura está, mucho menos su hijo.
Pff… 


Mi papá ha regresado de China e incluso nos arreglamos para intercambiar unas cuantas palabras amigables por teléfono antes de que se lo pase a mamá. Para mi sorpresa, él me agradeció por venir a comprobarla mientras estuvo fuera. No pensé que lo notaría o que le importaría, así que es bueno saber que lo hizo. 


—¿Cómo está Paula? —pregunta mamá a continuación—. Le conté a tu papá cuán linda y dulce es.


Mierda. Sólo escuchar su nombre es como una patada en mi estómago.


Intento decidir qué decirle ahora. —Ah… Ella y yo ya no estamos saliendo.


—Pedro Alfonso. ¿Qué hiciste para arruinar las cosas?


—Lindo, mamá. Gracias por asumir automáticamente que fui yo.


Está callada por un segundo, pero puedo decir que no lo va a dejar ir, al mismo tiempo que yo estoy esperando silenciosamente que lo haga. —Esa chica era tan dulce como un pastel, Pedro, y podría decirte cómo se sentían ustedes dos por el otro. ¿Qué ocurrió?


Respiro profundamente, intentando calmar mi alboroto de nervios. — Simplemente digamos que ella escondía grandes esqueletos en su armario y no era quién yo pensé. —Suena como una excusa de mierda cuando lo digo en voz alta.


No sé si me siento herido porque Paula no confió en mí después de que he sido tan honesto con ella, o si sólo estoy lastimado porque no fui el primero en estar a su lado.


Pedro, todos tenemos cosas en nuestro pasado que desearíamos poder retirar. Tú, yo, y sé que tu papá se arrepiente sobre cómo manejó las cosas contigo. Pero nosotros no nos limitamos a sacar a la gente de nuestras vidas cuando cometen errores. Cada día le agradezco a Dios que me perdonaste. Y el cielo sabe, que a lo largo de los años, tú también habrás cometido tu cuota de errores.


Jodida mierda. No puedo discutir. —Supongo que fue más el cómo lo descubrí. Desearía que Paula hubiera confiado en mí lo suficientemente para contarme ella misma la historia.


—Sí, lo entiendo. ¿Pero le preguntaste por qué no vino a ti? ¿Le diste la oportunidad de explicarse? Tal vez iba a contarte, o quizá tenía una buena razón del por qué pensó que no podía.


Maldición. Odio cuando mi mamá tiene razón.


Su voz se suaviza. —Sólo ten una conversación más con ella, Pedro. Ese es uno de mis más grandes arrepentimientos, me hubiera gustado hablar más abiertamente las cosas con tu padre. Simplemente no quiero que tengas ningún pesar.


—Te amo, mamá. —Ahora cuelga.


—Te amo más, Pepe. Así que, ¿vas a hablar con ella?


—Veremos. —Después de cómo la traté, no sé si Paula querrá seguir hablándome. Y luego está la cuestión de admitir que la jodí más aquella noche en que dejé que Veronica se quede en mi cama. Dudo que esté feliz por eso. 

—Está bien, adiós cariño —dice mamá. 

Cuelgo y miro el teléfono en mis manos. Sería tan simple llamarla. ¿Sin embargo, qué diría? Me he mantenido en contacto con su amiga, Catalina, así que puedo vigilar de cerca como está Paula. Sólo porque ella no es mía, no quiere decir que no me preocupe. Sé que el consejo de mamá rondará por mi cabeza hasta que hable con Paula una última vez.