Pedro
Ver a Paula compartir con su madre por primera vez es físicamente doloroso. Puedo sentir la nerviosa excitación, cómo el aire se torna pesado alrededor de nosotros mientras ellas se acercan la una a la otra, el momento en que Paula decide que deben abrazarse y la rodea con un suave abrazo de una sola mano. Dios, desearía poder hacer que este momento fuera más fácil para ella.
Alejandra, su madre, la abraza también, jalándola con fuerza. Cada una solloza en los hombros de la otra. Una sensación de opresión invade mi pecho mientras las veo.
No se puede negar el parecido. Paula y su madre comparten muchas características similares: cabello largo, ondulado y castaño, los brillantes ojos color esmeralda y un puñado de pecas en el puente de la nariz. Verlas abrazarse es emocionalmente más fuerte de lo que hubiera pensado.
Me acerqué a todo este asunto pensando siempre en Paula, estar ahí para ella era mi objetivo. No esperaba que verlas reunidas me superara. Sin embargo, no puedo negar que ver a una madre y su hija mirarse a los ojos por primera vez en diecinueve años, me hizo sentir algo muy dentro de mí.
Mi pecho se aprieta y no puedo dejar de pensar en mis propios padres en estos momentos. Aunque hemos pasado por algunas cosas malas estando juntos, todavía estoy contento de que sean mis padres. No me puedo imaginar qué se siente el saber que fuiste puesto en adopción. Me dan ganas de sostener a Paula, besar sus lágrimas.
Prometer nunca joderlo con ella de nuevo como lo hice anoche. Merece más, y si me deja intentarlo de nuevo, tengo la intención de darle todo.
Después de varios minutos de abrazos, sollozos y señalar sus similitudes, Alejandra me mira sobre el hombro de Paula y me presento como su amigo.
Sintiéndose generosa, me da también un fuerte abrazo. Al parecer el ambiente es contagioso. Alejandra nos lleva hacia la casa y encuentro la mano de Paula apretando la mía. Se limpia los ojos y me da una sonrisa temblorosa. Estoy tan contento de que ella no haya insistido en hacer esto sola.
La casa de Alejandra es pequeña, pero con un decorado agradable. El salón tiene dos sofás separados por una mesa de café con libros. Se dirige a nosotros y nos pide que tomemos asiento. Dejo que Paula elija su lugar, entonces me siento a su lado. Alejandra se sienta frente a nosotros, y el silencio llena la habitación con la enormidad de este momento.
—Entooonces… —Me río nerviosamente, tratando de comenzar una conversación que ninguna de las dos parece saber por dónde empezar—Alejandra,¿qué haces?
Traga saliva y con lágrimas en los ojos deja de mirar a Paula brevemente.
—Oh, cierto —sonríe calurosamente—, enseño inglés en una secundaria.
Los ojos de Paula se agrandan. —Inglés era mi asignatura favorita en la secundaria.
Alejandra continúa y nos enteramos de que no está casada y que no tiene otros hijos. Vive sola, aparte de un gato, y le encanta leer, otra cosa que ella y Paula tienen en común.
Creo que Paula se siente aliviada al descubrir que es normal. Sé que yo sí. Me habría sentido terrible por Paula si ella hubiese descubierto que su madre era un bicho raro.
Alejandra preparó sándwiches para el almuerzo y tratan de ponerse al día mientras comemos. Me doy cuenta de que hacen los mismos gestos, son inquietas con sus servilletas, meten su cabello detrás de las orejas, incluso su postura es la misma. Es extraño.
Después del almuerzo, Paula comparte algunas fotos de su infancia, y es la primera vez que veo a sus papás.
Parecen una familia feliz. Alejandra hace algunas preguntas, pero no curiosea. Mantiene la conversación más en el aquí y en el ahora: en que se está especializando Paula, cómo le gusta sus clases, cosas así. Paula, tomando esas señales, no profundiza en el pasado tampoco, a pesar de que quiere saber acerca de la decisión de Alejandra de darla en adopción, sobre su padre biológico. Sé que es así. Pero tal vez existe una cierta etiqueta para estas cosas, y los temas más pesados vendrán en la próxima reunión.
Muy pronto se hace tarde, y nos preparamos para salir.
Alejandra nos abraza a cada uno por última vez con los ojos llenos de lágrimas y le dice a Paula que le puede enviar un correo electrónico o llamarla en cualquier momento. Tan pronto como salimos, jalo a Paula hacia mis brazos. Su respiración se libera en un suspiro y se relaja contra mí.
—Estoy orgulloso de ti —le susurro. Sus brazos se aprietan alrededor de mi cintura.
Paula está silenciosa y contemplativa en el camino hacia el hotel. Planeamos pasar una noche en Denver y luego hacer el viaje de regreso el domingo.
Cuando llegamos al hotel, Paula se ve agotada. —Gracias por estar aquí.
No puedo evitar acercarme y tocarla. Retiro su cabello de su rostro, acariciando su mejilla suavemente. —En cualquier momento, Pajarito. ¿Te sientes bien?
Sonríe por su apodo y asiente. —Sí. Fue mucho mejor de lo que esperaba.
Estoy de acuerdo, y estoy seguro de que se estaba preparando mentalmente también para lo peor.Paula bosteza ruidosamente y me río. Tiene una sonrisa satisfecha en su cara, pero puedo darme cuenta de que hoy ha sido drenada emocionalmente, y si se había sentido tan inquieta como yo anoche, tiene que estar agotada.
—¿Por qué no vas a tomar una siesta, y después iremos a cenar más tarde?
Asiente. —Está bien.
Nos separamos, Paula va a su habitación y me dirijo a la mía. Me acuesto en la cama tratando de aclarar mi cabeza.
Sólo que no me puedo concentrar. Todo lo que puedo hacer es pensar en la chica del otro lado de la puerta, y me pregunto si tal vez ella me necesita. Arrastro los pies hasta la puerta que separa las habitaciones y golpeo suavemente. Se abre de inmediato, Paula también estaba esperando justo ahí.
—Hola —dice en voz baja.
—Hola. ¿Quieres compañía?
Asiente y me lleva dentro. Paula se derrumba en la cama y se mueve un poco, haciendo espacio para mí. Nos tumbamos lado a lado y miramos hacia el techo de estuco disparejo.
—Hoy ha sido un día bastante pesado, ¿no? —le pregunto.
—Sí.
—¿Cómo te sientes?
Se toma su tiempo para responder.
—Fue mejor de lo que esperaba. Ella es agradable y normal.
Asiento, animándola a continuar. Quiero acercarme y tomar su mano de nuevo, pero no me atrevo. No quiero que piense que estoy aquí por cualquier otra razón que no sea sólo estar para ella y para hablar.
—¿Es cómo la imaginaste? Te pareces a ella.
Paula suspira y continúa—: Sí, eso fue un poco alucinante. Siempre me he preguntado si me parecía a ella. Pero esa tristeza que llevo dentro no se desvanecerá sólo por conocerla. Supongo que no se pueden borrar diecinueve años de ausencia, de haberme abandonado en primer lugar.
Esta vez, no lo dudo. Tomo su mano y encajo sus dedos entre los míos.
Voltea la cabeza hacía mi lado y me da una sonrisa temblorosa.
—¿Estás bien?
Asiente. —Sí. No quería preguntarle sobre nada de eso ésta primera vez. No quería echar a perder el momento, ¿sabes?
Aprieto su mano y espero a que continúe.
—Y supongo que eso sólo cimentó que mis papás realmente son mi familia.
—Te aman —le digo, recordando las fotos que vimos de ella pequeña en medio de los dos hombres sonriendo con orgullo. Claramente era adorada y muy querida por ellos.
—Lo sé. Querían venir hoy. Y también Cata y Noah, por cierto.
—Pero me dejaste venir a mí —le digo.
Paula no responde, me mira mientras el peso del momento entre nosotros crece más. El aire que nos rodea es pesado, y me gustaría que las cosas pudieran volver a ser fáciles y sin preocupaciones. Pero sé que ella me necesita ahora más que nunca.
Una solitaria lágrima se desliza por el rabillo de su ojo. No me sorprende, me preguntaba cómo podía seguir manteniéndolas dentro. La humedad en sus ojos aumenta, pero no aparta la mirada. Acaricio la palma de su mano suavemente con mi pulgar.
—Está bien. Déjalo salir. Te tengo.
Lo hace, girándose para encajar en mis brazos, y solloza en mi cuello, su pecho sube y baja con cada respiración entrecortada. Cada gemido que sale de su garganta me duele. La sostengo a pesar de todo, sabiendo que no hay lugar en el que preferiría estar.