Paula
Estoy temblando cuando Pedro se va. Me acuesto en el suelo, apoyada contra la puerta por la que acaba de salir.
No puedo creer que se acaba de ir... Sé que me asusté, pero sólo necesitaba un segundo. Teniéndolo a él tomando el control de esa manera me recordó mucho a Mauricio y odio sentirme fuera de control. Mi corazón está golpeando contra mi pecho mientras proceso el hecho de que sólo quiere lo físico conmigo. ¿Es debido a mi experiencia, así es como me ve? Es la reputación que me he ganado, pero pensé que Pedro, de todas las personas, entendería que no soy esa chica. Mis problemas de abandono habían nublado mi juicio, y todo es demasiado reciente en estos momentos.
No tengo idea de cómo estamos Pedro y yo. ¿Es sólo físico para él? ¿Quiere algo más? ¿Ha superado mi pasado? Las preguntas no se detendrán, y de repente no puedo respirar.
Espero que Pedro, quien sabe de mi pasado, entienda que algunas cosas van a ser incómodas para mí. Pero su boca exigía, sus manos insistían, y casi me había empujado al límite antes de que tomara el control de nuevo. No confío en que él no me hará daño otra vez. En que no me deje en la estacada cuando se detenga y piense en las imágenes de nuevo.
Una vez que tengo mi respiración bajo control, me visto y me acurruco en la cama grande, abrazando una almohada contra mi pecho para combatir la sensación de vacío en mi interior. De poco sirve, porque la almohada huele a él.
Es reconfortante, pero también hace que el latido de mi pecho sea más doloroso.
Me paso la noche dando vueltas contra el colchón lleno de bultos,pidiéndole a mi cerebro que se apague para que pueda dormir. El sueño por fin llega, pero es inquieto.
Por la mañana, ni Pedro ni yo hablamos de lo de anoche. Tomamos el desayuno en el vestíbulo —café amargo y panecillos rancios— y salimos a la carretera.
Puedo decir que lamenta venir conmigo. Demonios, probablemente piensa que soy un caso perdido en toda regla. Y tal vez lo soy. Pero no puedo concentrarme en todo lo que ha ido mal entre nosotros en estos momentos. Hoy es el día que he estado esperando toda mi vida. Alejo la oscuridad, los revueltos pensamientos acerca de la salida precipitada de Pedro anoche y subo al coche.
Después de dos horas de viaje, aparco en la carretera con la excusa de la necesidad de llenar el tanque de gas, pero en realidad sólo necesito un descanso.
Mis nudillos duelen por agarrar el volante y mis emociones están por todo el lugar.
Por suerte,Pedro no comenta que todavía tengo medio tanque, simplemente sale del coche y comienza a bombear el gas, después se ofrece a conducir la última etapa del viaje. Me limito a asentir y le entrego las llaves.
La expresión de Pedro está en guardia y no puedo decir lo que está pensando.
Pero trato de no preocuparme por eso, y en su lugar me desplomo en el asiento del copiloto mientras corre dentro de la tienda de conveniencia. Regresa a los pocos minutos con botellas de agua y refrescos y algunas barras de chocolate.
Se pone a mi lado y vuelca todo en mi regazo.
—Debes tener un poco de azúcar... te hará sentir mejor.
Asiento y desgarro una barra de Hershey, dándole un pequeño mordisco en la esquina.Pedro tiene razón, el azúcar inunda mi sistema y me anima un poquito.
Termino la barra de chocolate entera y bebo la mitad de la gaseosa mientras él se encarga de conducir. Nos estamos acercando —el GPS en mi teléfono dice que sólo un par de vueltas antes de llegar a nuestro destino final. Suena siniestro.
Pedro no dice nada, pero puedo verle robar miradas hacia mí por el rabillo del ojo mientras conduce. Todavía no hemos hablado de lo de anoche. Me pregunto si debería sentirme avergonzada por prácticamente echarlo de mi cuarto desnudo y obviamente encendido, pero eso ni siquiera es importante en estos momentos.
Todo mi ser se absorbe por el hecho de que voy a conocer a mi madre.
Finalmente nos retiramos a una calle arbolada. Las casas son pequeñas, pero muy bien mantenidas. Es surrealista el ver por fin en donde vive —el pensar, que si las cosas hubieran sido diferentes, aquí es donde podría haber crecido. Miro las direcciones al pasar y mis latidos se disparan a un nivel asombroso en mi pecho.
Pedro desacelera hasta detenerse y parquea en frente de una casa de ladrillo de un solo piso con una pasarela de ladrillo pavimentado atravesando el patio delantero.
—Estamos aquí.