miércoles, 18 de junio de 2014

CAPITULO 5



Paula


Pedro se levanta de repente y da un empujón con la mano en el hombro de su amigo, lo suficientemente fuerte como para que retroceda unos cuantos pasos. —Vuelve adentro, Hernan. Ebrio imbécil —murmura para sí mismo. 


Hernan se arrastra de vuelta hacia adentro, pero su visita es una alarma para despertarse. No debería estar sentada sola en la oscuridad con un chico que no conozco. Un chico que, según su amigo, definitivamente sabe cómo llegar a una
vagina. Eso es lo último que necesito. Cuando me levanto, veo la desilusión cruzar los rasgos de Pedro


—Voy a irme —digo. 


Asiente y me observa mientras me voy, con las manos en un puño a su lado.


De vuelta adentro, el calor y la música son demasiado. 


Encuentro a Cata y a Noah donde los dejé en la sala de estar, aún bailando, sólo que más borrachos que antes. Tiro del brazo de Catalina. —¡Oye! —grito por encima de la música—¡Ya estoy lista para irme!


Deja de bailar para fruncirme el ceño, pero no discute. —De acuerdo. —Agarra la mano de Noah—. ¡Noah, cariño, vamos!


Él sonríe, tan despreocupado como siempre, y nos sigue a la puerta delantera. Echo una última mirada detrás de mí y encuentro a Pedro sentado en el sofá, con una rubia diferente posándose encima de su regazo, con sus manos a ambos lados, no haciendo nada para detener el baile erótico. Su expresión es aburrida, y cuando sus ojos encuentran los míos, frunce el ceño. 

—Vamos. —Jalo a Catalina, más fuerte esta vez, y salimos a la noche. Odio la sensación de los ojos de Pedro en mi espalda mientras me voy. Odio haber creído que compartimos algo allí afuera.


Cuando llegamos a la residencia, Noah nos sigue a Cata y a mí dentro de nuestra habitación, lo cual se ha convertido en un hecho común. Odia a su compañero de este año. 


Aparentemente es algún tipo de atleta que golpea homosexuales. Lo cual apesta. Catalina y yo le hemos dicho que vaya a los servicios de alojamiento e intente que lo cambien. Pero cada vez que lo hacemos, él se encoge de hombros. Me saco los zapatos de una patada y caigo encima de mi angosta cama gemela. Estoy lista para dormirme, ya que no estoy acostumbrada a quedarme despierta hasta tan tarde, pero aparentemente, Cata y Noah todavía están con ganas de bailar. Catalina prende la música y comienzan a practicar el baile que han hecho para “Call Me Maybe”. A pesar de que lo he visto un millón de veces, cuando Noah da un paso al frente y se pasea por nuestra habitación, aún me hace reír. Dios, amo a estos dos. En tiempos como estos me pregunto, ¿por qué simplemente no puedo esconderme en mi burbuja? Tengo a los dos mejores amigos que una chica podría desear. 

¿Cuál es el gran problema de ser la cuidadosa chica de segundo año que es mejor conocida por entregar antes su tarea? ¿O la chica que siempre está cerca los fines de semana para dejar que  entre la marea de chicos ebrios a los dormitorios en la noche porque no tiene nada mejor que hacer? Oh Dios, sí, eso era malo. Pero la pregunta es... 


¿quiero cambiar mi reputación? He trabajado duro para ganármela —para permanecer debajo del radar. Y sé que si me subo a bordo de la escuela de locura de Catalina, todo eso desaparecerá. He logrado el anonimato que siempre
ansié —entonces, ¿por qué me siento tan inquieta?


Esa es la razón por la cual elegí esta universidad privada en el medio de la nada en Iowa —porque prácticamente nadie de mi secundaria iba a venir aquí, lo cual lo hizo todo mucho más atractivo. Seguro. A pesar de que mis papás querían que siguiera sus pasos, fuera a la universidad State y me convirtiera en una Vikinga, los convencí de que esto era lo que quería. Ahora no estoy tan segura de ello.


Repito mi conversación con Pedro en mi mente. ¿Qué tenía él que se sentía tan familiar?

Catalina brinca frente a mí, sincronizando los labios con entusiasmo. —Aquí está mi número, llámame, quizás.  


Mi boca se curva en su usual sonrisa torcida, observándolos cantar con todo el corazón. Una vez que la canción ha terminado, Cata se saca el sostén por debajo de su camiseta y se saca los vaqueros. No tiene nada de pudor —ni en frente de mí, de Noah, o de cualquiera, en realidad.  

Catalina es lo contrario a mí en todos los sentidos. Yo llevo el cabello suelto como una cortina en la que esconderme —cuanto más largo, mejor. El de Cata está recortado cerca de sus hombros en un corto peinado brillante que hace que amenaza con recortar regularmente. También fue bendecida con una piel perfecta color oliva, mientras que yo soy pálida excepto por la delgada capa de pecas a través del puente de mi nariz y la parte superior de mi pecho.


Hablando de pechos, los suyos entran gentilmente en su camiseta, dos bultos femeninos agradablemente redondeados. ¿Los míos? No tanto. Mis tetas y yo jamás nos hemos llevado bien. Las mías se desbordan de una talla C, pero me niego a comprar un tamaño más grande, así que desde el año pasado me ha comenzado a gustar usar sostenes deportivos exclusivamente. Aunque no es porque me importe correr. Mis pechos son simplemente más manipulables de esta forma. Por supuesto que Madison criticaba esa información, disgustada de que me había acostumbrado a dejar a mis partes femeninas ajustadas. Incluso había intentado hacer que Noah también argumentara a favor de dejar libres mis pechos, a lo cual respondió—: Eh. Yo podría tomarlos o dejarlos. Pero he oído que a los chicos les gustan esas cosas. —Todos nos echamos a reír, y ese fue más o menos el fin de esa conversación. 

Catalina se tumba en mi cama, obligándome a moverme. 


Noah se estira en nuestro sofá, donde ha estado durmiendo regularmente.  


—¿Te divertiste esta noche, Paula? —pregunta Cata. 

Asiento. —Sí. No fue malo. 

Ríe por lo bajo. —Si no hubo nadie que te haya interesado en la fiesta esta noche, tienes problemas más grandes que con los que yo pueda ayudarte. 

—Hubo alguien —admito, mi voz pequeña. 

—¿Quién? 

—Su nombre era Pedro

—¿Pedro Alfonso?


Asiento avergonzadamente. 

Sus ojos vuelan hacia los de Noah, los cuales están igual de abiertos y preocupados. —Oh, cariño. —Frunce el ceño.


—¿Qué? —pregunto, manteniendo el nivel de voz.


Catalina rueda los ojos y deja escapar un resoplido. —Noah. —Le hace una señal para que explique, poniendo una mano en su cadera. Oh-oh, esto no es bueno.


—Cómo digo esto... —Golpea su dedo índice contra su barbilla, con la expresión triste—. Él es un tiburón, nena. Tú necesitas un pececillo. 

Frunzo el ceño. ¿Era Pedro un tiburón como ellos pensaban? Luego de hablar con él en la plataforma, no pensaba así. Pero luego recordé a la chica de enormes
pechos plantada en su regazo tan sólo unos minutos atrás. 


Sus pechos no eran más grandes que los míos, pero ella no tenía problema en ponérselos a la gente en la cara. Y Pedro no hizo nada para sacarla de su espacio personal.  

Catalina le da una palmada en la cima de su cabeza. —Bien dicho, amorcito. 

—Relájense, chicos, no es como si fuera a hacer nada con eso.


Las cejas de Catalina se disparan hacia arriba. —Cariño, ni siquiera sabrías que hacer con un chico, de todas formas. 


No lo discuto. No le digo que está equivocada. No importa, porque no es como si estuviera planeando enredarme con nadie. Especialmente Pedro.


Acercarme a la gente significa correr el riesgo de exponer mi pasado. Y no estoy bien con ello. Ni siquiera Catalina o Noah lo saben, Dios los ame.  



—Buenas noches, chicos. —Apago mi lámpara,sumergiéndonos en la oscuridad y me acurruco de mi lado, dejando que la sensación de indiferencia se apoderare de mí. No puedo creer que me sinceré con Pedro esta noche, creyendo que habíamos compartido algún tipo de momento, contándole sobre mi adopción. Eso fue estúpido. No tenía sentido hacerse ilusiones en cuanto a Pedro, estaba más a salvo sola, de todas formas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario