Pedro
No había esperado ver a Paula de nuevo, todo el destello de pelo castaño me deja momentáneamente aturdido. Al verla a la luz del día, me doy cuenta que es incluso más bonita de lo que pensé. Pero tan rápido como la veo, se ha ido,saltando detrás de un contenedor de basura para cubrirse. —¿Paula? —Doy vuelta la esquina y la veo acurrucada hacia abajo, con las rodillas dobladas contra el pecho.
Sus ojos se mueven hacia arriba y se encuentran con los míos y deja escapar un suave gemido. No dice nada, sólo se mantiene agachada junto al contenedor de basura. Le extiendo mi mano, ofreciéndole ayuda.
Su mirada se eleva a la mía, en busca de algo en la distancia antes de tomar mi mano.
—¿Por qué te escondes?
—No lo hice —dice rápidamente.
Levanto una ceja. Puedo sentir su mano temblorosa en la mía.
—¿Puedes sacarme de aquí? —Su voz está rasposa, suplicando por lo que no puedo rechazarla.
—¿A dónde quieres ir?
Su mirada lanza dardos detrás de mí. —A cualquier otro lugar.
La tristeza parpadea en sus ojos y al instante sé lo mucho que me gustaría lastimar a quien la haya lastimado. —Vamos. Si vamos por allí —señalo una pista en el borde del campus—, no está muy lejos de mi casa.
Asiente, y mira detrás de sí una vez más antes de seguirme.
No tengo idea de lo que la asustó, pero está pálida y nerviosa, como si pudiera alejarse de mí en cualquier momento. No estoy seguro de por qué, pero no puedo dejar que lo haga. De mala gana libero su mano, pero se mantiene con ritmo a mi lado. —¿Tienes alguna clase en este momento? —le pregunto, con necesidad de romper el silencio.
Niega con la cabeza. —Ya he terminado por hoy.
Maldita sea, sólo las once de la mañana y ¿ya ha hecho todo lo del día? Yo no tomo clases que comiencen antes del mediodía.
Cuando llegamos a la casa de Delta Sig, ella duda en la puerta antes de entrar. Está destrozada, como de costumbre.
—Esto es extraño, estar en una fraternidad durante la luz del día.
Le sonrío. —Vamos, te voy a mostrar todo.
—¿Cuántos chicos viven aquí? —Me sigue a través de la sala de estar. Hay un tipo al azar durmiendo en el sofá, y Paula se ve ligeramente preocupada por esto, pero sigue caminando.
—Um, unos dieciséis, creo. La casa es sólo para estudiantes de tercer y cuarto año. —Nos detenemos en la cocina y saludo a Ismael y Luis. Supongo que si le presento a algunos de mis compañeros de habitación —testigos— va a estar más cómoda siguiéndome a mi habitación. Por supuesto que no me gusta la forma en que sus ojos se desplazan sobre sus elegantes caderas cubiertas por un vaquero, molestándola visualmente—. Vamos. —Tomo su mano de nuevo, lo que se ha vuelto una reacción natural hacia ella a pesar de que siempre he odiado lo de tomarse de la mano y la guio hacia la escalera.
Se detiene en la parte inferior de la escalera, con los ojos llenos de preguntas.
Me vuelvo hacia ella, resistiendo el impulso de tirar los mechones de pelo atrás de sus hombros. —Prácticamente sólo paso el rato en mi habitación. El resto de la casa es desagradable.
Sonríe torcidamente, incapaz de estar en desacuerdo de que mi casa es un asco. —Está bien. Pero nada de jueguecitos.
—Cierto. A menos que tú inicies, en cuyo caso no hago promesas para detenerlo.
Golpea mi brazo. —No voy a empezar nada, así que no te preocupes.
Me sigue arriba, y me alegro de que no pueda ver la tonta sonrisa plantada en mi cara. No es en absoluto como las otras chicas con las que paso el rato, y eso me gusta.
Subimos los tres tramos de escaleras en silencio, empujo y abro la puerta chirriante al ático, mientras los pasos de Paula se acercan para echar un vistazo.
Tomar el ático sin terminar significaba que tenía mi propia habitación. No importaba que no tuviera calefacción o aire acondicionado, tenía mi propio espacio.
La observo mientras mira la cama matrimonial, pulcramente hecha con sábanas en color crema y azul marino, un escritorio y una silla en la esquina, un armario alto y mi acústica en un stand en la esquina. La habitación es amplia y abierta, con pisos de tablón de madera oscura y techos con vigas. Hace mucho frío en el invierno y es sofocante el calor en el verano, pero es septiembre, así que por el momento, es perfecto. —¿Qué piensas?
Se pasea por mi escritorio y mira el tablero de corcho encima de ella donde he clavado con tachuelas varias fotos, citas y clips de revistas. Hay una foto del verano pasado de mi mamá y yo en la playa —antes de que se volviera loca— y otra de Hernan y yo teniendo una sesión de jam improvisada.
Paula apunta a mi madre. —Te pareces a ella. Las mismas pestañas.
—Lo sé. —Todo el mundo siempre se pone raro sobre mis pestañas por alguna maldita razón. Es vergonzoso.
Luego vuelve a examinar el resto de mi habitación. —¿Haces tu cama?
Asiento. —Supongo que es un hábito. Tuve que hacerla cada día mientras crecía. Era la única tarea que tenía que hacer, y mi mamá enloquecía si no lo hacía.
Se muerde el labio, tratando de no sonreír.
—Ven, siéntate. —Deslizo su mochila de sus hombros y la dejo en el suelo.
Se sienta en el borde de mi cama, mientras saco la silla para mí—. Así que, ¿vas a decirme de que te escondías?
Mira hacia abajo y regresa la expresión de terror en su rostro.
Jodida mierda.
—Oye, lo siento. Está bien. —Levanto mis manos en señal de rendición—No tienes que decirme.
Traga, la tensión en los hombros se disipa ligeramente cuando toma una respiración profunda. —Gracias.
—¿Por qué? —Pongo la silla más cerca de donde está sentada en la cama.
—Por ser genial con mi... mierda. —Retuerce las manos en su regazo—Supongo que esperaba que fueras diferente. El Pedro Alfonso del que he oído hablar es un jugador importante y siempre…—Hace una pausa y se muerde el labio inferior.
—¿Siempre qué?
Sus mejillas se ruborizan de la sombra más bonita de color rosa. Y en su piel blanca, no se puede negar su vergüenza. —Está cachondo —termina.
Le doy una leve sonrisa. —Bueno, eso es verdad, nena.
Sus ojos se abren ligeramente.
Un repentino golpe en la puerta de mi dormitorio interrumpe nuestro silencio. —Oye, hombre —llama una voz amortiguada a través de la puerta. Es Hernan. Estoy seguro de que ha sido informado de que estoy aquí con una chica, así que debe haber una razón importante para que interrumpa.
—Entra.
Su mirada registra a Paula sentada en el lado de mi cama como si estuviera lista para salir corriendo, pero sus ojos se deslizan de ella hacia mí. No la reconoce de la noche del sábado. No es de extrañar, teniendo en cuenta de que estaba borracho hasta el culo.
—Vero está aquí —dice.
La cabeza de Paula se vuelve hacia mí, preguntándome claramente quien es Veronica.
—Estoy ocupado.
Hernan se ríe. —Ven y trata con su bonito culo.
—Joder hombre, dile que estoy con alguien.
—Sabes que va a esperar. Esa chica no tiene vergüenza.
Maldición. Tiene razón.
—Está bien, dile que suba.
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